Fanatismo de allá y de acá contra la industria petrolera

Carlos Mantilla McCormick

ANTECEDENTES

El pasado 16 de enero se presentó un atentado contra una planta de gas en Argelia en el que murió Carlos Estrada, colombiano al servicio de British Petroleum.  El ataque fue reivindicado por grupos radicales islámicos.  El padre de Carlos Estrada, explica que el fanatismo es el causante de la tragedia.  Nuestra realidad tiene varias coincidencias con lo ocurrido.

El sorprendente escrito de Gustavo Estrada, padre de Carlos, a pocos días de su muerte en el atentado en Argelia contra la planta de gas, publicado en El Tiempo el 24 de enero pasado, deja muchas reflexiones en relación con lo sucedido en tierras extrañas a un colombiano al servicio de British Petroleum que merecen visualizarse desde la realidad colombiana.

Señala el padre de Estrada que el culpable de la muerte de su hijo es el fanatismo islamista al que compara con pugnas sectarias de diverso calibre en la historia de la humanidad.  Afirma que el fanatismo  es dañino para cada individuo y para toda la sociedad, y cita, además de los fanatismos religiosos, a los nacionalistas, raciales, partidistas y hasta los deportivos.  Explica su nacimiento en creencias sesgadas y sectarias sembradas en el cerebro que crece y genera la violencia imposible de contener.  Afirma que  “ningún fanático reconoce su irracionalidad” y que “Se puede incesantemente asesinar a nombre de un ‘todopoderoso’ que toma partido por sus elegidos, pero no es posible matar, ni siquiera herir, cuando en nuestro corazón reina el amor”.

Entre nosotros, existen múltiples ejemplos del fanatismo y la irracionalidad a la colombiana: el 9 de abril, el palacio de justicia, la larga historia del narcotráfico, el terrorismo de los grupos subversivos.  La industria petrolera tiene sus propios ejemplos de víctimas por fanatismos que entre nosotros tienen explicación por la irracionalidad del dinero que se persigue con un secuestro o una extorsión, o la irracionalidad de una protesta contra el sistema y la institucionalidad, los que no se aceptan por injustos.  Ante la imposibilidad de un cambio dentro del sistema, optan por eliminar al que está en él, ocasionar violencia como método de sometimiento y, así, justificar los muertos, tanto los propios como los de los contrarios.

En Colombia, como en diversas partes del mundo, es una constante la industria petrolera como campo de batalla, telón de fondo de violencias, escenario de intolerancia y medio estratégico para golpear a la economía del país. Es cuidadosamente escogida por la relativa facilidad de causar daño de consideración y la dificultad de lograr apoyo popular en su favor, cuando se publicita la justificación del ataque con consideraciones nacionalistas.  Es un sector expuesto al sacrificio de sus trabajadores de cualquier nivel, por las condiciones de ejecución de sus labores, por la continua presencia de extranjeros y por lo llamativo de obtener un rescate en cuantiosas sumas, dado el alto estándar económico del sector.

Los trabajadores en campos petroleros son las víctimas de una disputa que supera sus posibilidades de aceptar, entender o justificar, pues su preparación fue para construir y aportar, no para destruir o combatir.  Son el elemento débil victimizable por el terrorismo y bien de intercambio.  El trabajador extranjero, además, está en un medio  extraño confiado en la protección de las instituciones o de la empresa, pero sometido a su suerte en un área en donde la irracionalidad es frecuente y la institucionalidad se ausenta continuamente. 

El relativismo ideológico que pretende justificar actos contra las personas por pertenecer a otra ideología, a otro sistema que se quiere eliminar, no es capaz de reconocer el error de cortar una vida sino que lo justifica en pos de su cometido.  Tiene razón Gustavo Estrada en que las contradicciones e incoherencias de sus actos con su ideología no admiten reparo pues se acepta como dogma, quizás porque es difícil de encontrar esa justificación.

La intolerancia es el elemento constante y determinante de conductas discriminatorias, excluyentes y descalificadoras.  Es difícil de entender la razón de odios irreconciliables que ciegan los sentimientos de consideración a la vida.  Quizás, como lo dice Gustavo Estrada, es el fanatismo carente de amor en el corazón, pero no por ello, debe desistirse en el propósito de racionalizar hasta lo irracional para evitar que se repita.